Esto aprendí después de muchos años participando y facilitando constelaciones familiares:
El primer paso es Ver. Tienes que tener al otro delante de ti. Tienes que mirarle de frente, por entero, sin que tu mirada se fije en un sólo punto, y sin que ésta sea parcial. Esta visión plena requiere dos condiciones. La primera es tener una predispoción consciente de querer mirar, lo cual parece sencillo, pero no siempre lo es. La segunda es que tiene que haber una cierta distancia, pues de cerca nunca nos veremos completamente. Sólo cuando ves al otro, cuando de verdad deja de ser invisible, o de ser una proyección de tus necesidades, puedes dar el siguiente paso.
Y el segundo paso es Reconocer. Aquí se trata de asentir al otro en lo que Es. Reconocer es mucho más que aceptar o que valorar. No tiene que ver con que alguien nos sea útil o agradable, no tiene tampoco nada que ver con lo inevitable. De nuevo hace falta un deseo consciente de querer reconocer, de querer asentir: \»eres quien eres y te digo sí a lo que eres, más allá de mis deseos o de mis necesidades\». En algún nivel profundo del alma, ese reconocimiento se nota. Y la ausencia del mismo también se nota.
El tercer paso es, por fin, Amar. Aquí las personas inevitablemente necesitan acercarse. Ya no precisan de la mirada distante del primer paso, ni del asentimiento del segundo. En este momento se aproximan y se abrazan, desean ser uno aunque sea por unos instantes. Todos los procesos anteriores se disuelven y surge el sentimiento de que de verdad podemos caminar juntos con plena consciencia de quién es cada cual. Esta realización, plena, auténtica, profunda, no se alcanza con frecuencia.
Todo esto es válido para las relaciones de familia, de pareja o de amistad.