Sólo te conocí una tarde, apenas unas pocas horas. No olvidaré el momento en que te dije que pusieras tus manos sobre mi hombros: el latido de tu alma que intentaba aferrarse, pero que se iba. No olvidaré tus ojos tan bellos, apagados al principio, brillantes al final.
Nos diste una lección, nos enseñaste.
Hay personas que traen el valor impreso en el corazón, de nacimiento; otras se vuelven osadas a la fuerza, movidas por la necesidad. Al principio no supe distinguir en qué lado estabas tú. Pero luego no tuve dudas: tú fuiste valiente incluso cuando no sabías que lo eras.
(No sé de dónde me sale esta expresión, pero así lo siento: no has muerto, te me has muerto).
Sé que aquel día hiciste lo correcto para ti. Pero no pienses, dondequiera que estés ahora, que sólo fue para ti. Sanaste a muchas mujeres del pasado, a las presente, a las que vendrán. Puedes partir con esa tranquilidad.
Cuando alguien se va, simplemente \»duele\». No hay consuelo para la familia.
Pero con el tiempo llegará la paz, se entenderá en toda su profundidad tu misión, lo que viniste a hacer para todos, para ti.
Ahora te siento tranquila. Espero haberte sido de utilidad. Gracias por confiar, Soraya.
Sigue tu camino.