Avanza el otoño, y no sólo en la naturaleza, en este hemisferio norte. También avanza el otoño en algunas vidas.
Y llega un momento en que en tu balanza interior se va equilibrando lo que has vivido con lo que sientes que te queda por vivir, las personas que has perdido con las que piensas que te quedan por encontrar. Te das cuenta de que ya no puedes mirar a lo lejos, sino que tienes que sentir lo que tienes delante, lo que está a tus espaldas, o al lado. Las personas que están y quizás no estén para siempre, las puertas que se abren y que no van a permanecer siempre abiertas.
Llega un tiempo en que empiezas a entender qué es lo que vale y qué no. Dejas de engañarte con cambios cosméticos, con modas que vienen y van, y te comprometes con tu salud, con tu alma.
Nacemos llenos del Espíritu, pero sin alma. Es nuestra tarea hacernos con un alma, cultivarla, y es en el otoño cuando empezamos a entender qué significan estas palabras. Pasamos de la vía seca, como diría Jung, a la vía húmeda. De perseguir lo externo a vivir intensamente lo interior. Mirando con atención cómo nos sentimos y cómo hacemos sentir a los que nos rodean. Atendiendo más al amor que al reconocimiento, valorando a las personas, a los auténticos compañeros de viaje.
El otoño es bello y a veces triste, pero no hay que olvidar que, aún en el otoño avanzado, hay días de primavera.
Otoño junto al río Pisuerga (Valladolid)
Últimas rosas en el jardín de la Casa de José Zorrilla (Valladolid)