Hoy se cumplen 112 años del nacimiento de uno de uno de esos hombres a los que la ceguera regaló una certera visión de la realidad: Jorge Luis Borges.
Con él recorrimos la infinita biblioteca de Babel, donde se esconden todos los libros que han sido, son y serán. Leímos obras imposibles de autores desconocidos que hablaban de mundos que no existen (pero que deberían existir). Jugando a la lotería de Babilonia, fuimos, como todos los hombres, esclavos y procónsules, en un azar que no ignora la muerte. Sentimos horror ante los espejos, desembarcamos, sin que nadie nos viera, en la unánime noche, y lamentamos que, tras la muerte de Beatriz Viterbo, el incesante y vasto universo comenzara rápidamente a apartarse de ella.
Recuerdo detalles que siempre admiré en Borges: la extraordinaria modestia que acompaña siempre a la gente verdaderamente grande, su ironía constante, la precisión de su lenguaje. Pero me admira aún más, saber que sigue vivo, saber que, sujetando el brazo de algún lazarillo, sigue recorriendo cada pliegue de nuestra memoria.