Se dice con razón que por el fruto se conoce al árbol. Y cuando se trata de árboles genealógicos, cada uno de nosotros somos el fruto que da la medida de la vitalidad de nuestra familia.
Los frutos de cada árbol son previsibles. De un naranjo no podemos esperar más que naranjas, y éstas, para el mismo árbol, son siempre similares. Pero de vez en cuando el árbol nos regala un fruto ligeramente diferente, que nos sorprende. Un fruto que por su misma rareza, es bello.
Pero esa rara fruta no suele verse a sí misma en toda su belleza. El camino de los que son diferentes no es sencillo, porque han de adentrarse en terrenos vitales desconocidos, probar todo aquello que la familia o las costumbres te niegan, ser un alma inquieta.
Del mismo modo que la humanidad cambia, las familias, que son la base de toda sociedad, también lo hacen. La mutación hacia una humanidad mejor, más consciente, depende de esos frutos diferentes. En ellos está la semilla de un árbol diferente, de otra forma de vivir y de sentir, de una vida nueva.
(P.D.: Entre \»fruto\» y \»futuro\» sólo hay una letra de diferencia.)