Esta es una anécdota personal.
Hace unos años, cuando me acercaba a la ventanilla del coche de un conocido que había parado para saludarme, advertí algo interesante dentro de su vehículo. Este buen hombre, que era seguidor del gurú Osho, tenía una foto de su maestro pegada en el salpicadero del coche. Con la mayor inocencia, señalé el retrato del santón y exclamé:
– ¡Vaya, si lo llevas como un San Cristóbal!
La mirada asesina que me propinó el tipo es de esas que no se olvidan. Claro, ¿cómo osaba yo compararle a él, que había viajado a la India milenaria en pos de su maestro con un vulgar taxista que lleva un retrato de San Cristóbal? Los guerreros espirituales no llevan amuletos, sino que viajan acompañados por la presencia eterna de sus maestros. ¿Cómo se puede comparar algo así con un vulgar amuleto judeocristiano? Esos están demodé, como el San Pancracio de la lotería.
Ciertos ambientes están llenos de gente así. Buena gente. Pero gente demasiado literal, poco metafórica.
A veces es difícil mirar un poco más allá de lo que quieres creer o de lo que quieren que creas. Lo más difícil es despertar. También lo más necesario.