Se caen las hojas, se cae el pelo… y sin necesidad de que unos grandes almacenes nos recuerden que el Otoño está aquí, los días grises nos indican bien a las claras que todo decae.
Nací en primavera, así que el otoño me pilla siempre un poco con el paso cambiado, debo reconocer. Pero sin otoño no hay primavera, sin cambios no hay novedades, sin muerte no hay vida.
No por casualidad, escribí hoy un artículo sobre una práctica que forma parte del Lamrim (el camino progresivo hacia la iluminación) y que se titula Nueve meditaciones sobre la muerte. Porque sí, el otoño nos trae la melancolía porque nos recuerda que la muerte forma parte del paisaje.
Y siempre que alguien me dice que su vida carece de sustancia, que no encuentra su lugar en este mundo, que prefiere volar todo el tiempo antes que asentar sus pies sobre el suelo, siempre acabo diciéndole lo mismo: no amas tu vida porque no respetas la muerte.
La muerte es el límite de la vida, la define. Sólo con la muerte en el horizonte aprendemos a disfrutar plenamente de esta existencia, que es hermosa, feroz y apasionante.