Ken Kesey (el autor de \»Alguien voló sobre el nido del cuco\»), se consideraba a sí mismo un puente entre generaciones. En sus propias palabras: \»éramos demasiado jóvenes para ser beatniks y un poco viejos para ser hippies\».
Como sabemos, la generación Beat, con Ginsberg y su poema \»Aullido\» o Kerouac y su novela \»En el camino\», habían irrumpido en la escena cultural estadounidense en los años 50 del siglo pasado, desarrollando temas malditos para la literatura como el sexo libre, las drogas, la espiritualidad oriental o la expresión deshinibida de la individualidad. El estallido Beat sentó las bases para el nacimiento de la cultura juvenil, que luego florecería en torno al movimiento hippie de los 60.
Kesey participó en experimentos con sustancias alucinógenas, principalmente LSD, en un tiempo en que éstas eran legales en Estados Unidos. Sin saberlo, fue un conejillo de indias de la CIA, interesada en conocer el potencial de estas nuevas drogas en interrogatorios. Pero él extrajo algo interesante de sus experiencias: la percepción de que la conciencia ordinaria podía ser modificada y el efecto que esto tendría en la sociedad.
En 1964, Ken Kesey reunió a un grupo de amigos y se embarcó en un viaje a través de Estados Unidos a bordo de un viejo autobús escolar. El propósito, despertar a un país adormecido con generosas dosis de ácido lisérgico.
Ese viaje mítico fue filmado, aunque los rollos de película acumularon polvo durante muchos años en la finca de Kesey en Oregón. Afortunadamente, el material ha sido recuperado y restarurado. \»Magic Trip\» es una película documental que muestra ese material y nos presenta a todos sus protagonistas, incluyendo al mítico Neal Cassady, musa del movimiento Beat.
Del mismo modo que, en la ficción, \»Easy Rider\» retrata las primeras comunas hippies, Magic Trip nos muestra el nacimiento de esta cultura desde sus propias raíces. Porque sí, todo lo que conocemos como \»hippie\» nació ahí, en ese bus pintado de colores, lleno de inocentes pirados en un tiempo en que la droga no era mala porque, simplemente, nadie les había explicado que lo era.
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Por último una aclaración: no estoy a favor del LSD ni de ninguna sustancia, simplemente porque no son necesarias. La conciencia se abre y se amplía por otros medios. Pero la influencia de estas sustancias y sus primeros divulgadores en nuestra cultura contemporánea, en la forma en que entendemos el mundo, es mucho más profunda de la que creemos. Por eso recomiendo la visión, refrescante e iluminadora, que nos presenta este documental.