Hace un tiempo, hablando con un amigo, éste me preguntó cómo se hace para escribir un libro (¡cómo si yo lo supiera!). Me comentó que en cierta ocasión quiso poner por escrito todas sus ideas, y sólo le dio para rellenar tres folios. Así que le contesté: \»multiplica esas tres páginas por cien y ya tienes un libro de trescientas\».
Recordaba hoy aquel diálogo absurdo mientras volvían a mi memoria esos momentos mágicos en los que el esfuerzo por rellenar las trescientas páginas deja de ser tal y se convierte en algo diferente. No siempre sucede, pero de vez en cuando los libros cobran vida y comienzan a escribirse solos.
Me sucedió con la República de las Nubes y daría lo que fuese para que volviera a suceder hoy mismo. Pero la magia no se somete siempre a la voluntad humana (¡afortunadamente!). Porque la magia de crear y de que algo se construya casi por sí mismo, es como ese amor que llega cuando no lo esperas y que te sacude de los pies a la cabeza, cambiando tus planes y renovando tu vida.
Si lo buscas no lo encuentras, pero cuando te rindes, tu alma te lo trae.
Crear una obra, conseguir algo, como amar, requiere saber quitarte de tu propio camino en el momento apropiado. Abandonar el miedo y las costumbres, esperar en medio del mar a que el viento cambie de dirección. Cuando por fin sopla en la ruta correcta, simplemente despliegas las velas, confías, y te dejas llevar.