Hombres

Reconozco que me interesa más la mitad opuesta de mi especie, que mi 25% de sangre cubana contribuye a ello, que suelo encontrar en el común de las mujeres algo que no veo en el común de los hombres.

Pero como hablamos ahora de hombres, admito que he conocido a mi ración de soñadores: perdidos en amores imposibles, ideas inalcanzables, filosofías incompatibles con la Vida. Empeñados en no crecer, deseando manejar el mundo, controlar a las personas, cobrar recompensas. Buscando fuera lo que está dentro. Heridos sin reconocerlo. Hirientes sin darse cuenta.

(Hay en mí un poco de todos ellos, así que si te place, ponme a la cabeza de la lista.)

Reconozco también que no faltan a mi alrededor algunos hombres que son un modelo de nobleza, inteligencia y bondad. Hombres que han conocido la belleza y la dureza de la paternidad, de la guerra y la posguerra; las mentiras del mundo laboral o del consumo; que han sentido la fuerza del poder y la calma de la servidumbre (que no el abuso o el servilismo).

Hombres enfrentados con honor al hambre de pan, al hambre de libertad, al hambre de caricias; emergiendo cada día a través del deseo de mejorar y del ansia por amar. Hombres a veces solos, a veces bien o mal acompañados. Pero hombres que han crecido en esa lucha: sanos a pesar de las cicatrices.

(Me pondré, si no te importa, al final de esa lista: no me importa ser entre ellos el último o el más pequeño.)

Todos son el mismo, y a la vez son diferentes. Solo unas pocas características distinguen de verdad a los primeros de los segundos.

Hay hombres que lavan cada día sus heridas antes de salir a curar a otros enfermos.

Hay hombres que aman a las mujeres no por lo que les puedan dar, o por lo que esperan recibir, sino porque ellas son sagradas.

Hay hombres que nacen solo una vez y otros que nacen dos veces.

Porque hay quien tiene valor para dejarse morir y para esperar confiadamente la resurrección, si es que llega.

Hay quien tiene valor para luego danzar en torno al fuego.