Esto de escribir, bueno, se suponía que era algo mental, algo que en el terreno astrológico asimilamos al elemento Aire. Nada fijo, nada que se pueda atrapar, todo movimiento, todo conexión. Rozar la superficie de las cosas, porque la mente y el aire sólo tocan la superficie de las realidad.
Pero a veces me da por pensar que no. Que cuando escribes te pones el traje de buzo y con tus pesadas botazas aterrizas en el fondo del mar, para luego recorrerlo como un personaje escapado de alguna novela de Verne. A veces me imagino que en realidad te sumerges y el único aire que te llega viene por una manguerita a la que alguien alimenta con el fuelle muchos metros más arriba.
Toda realidad externa se disuelve (¿Neptuno?) y te vienen oleadas de emoción cargadas de altibajos (¿Venus? ¿La Luna?). Te vienen el no podré, el no lo conseguiré, el verás como sí, el si otras veces sí, por qué ahora no, etc.
Pero de vez en cuando hay que sacar la cabeza del fondo del mar y respirar un poco de aire limpio. Y ya va siendo hora de emerger y oxigenarse un poco.
Sobre todo porque de nuevo me pongo en marcha. De nuevo me subo a un avión para estar en el Camino.
Si nos encontramos, será una alegría compartida. Y si no, otra vez será.