Esto se cuenta en una vieja historia.
Cierto día, el Rey decidió visitar la cárcel. Presentándose ante el primer preso, éste le dijo:
– Majestad, no sé por qué estoy aquí. Soy completamente inocente. Es cierto que discutí con mi mujer y la ataqué con un cuchillo, pero no tenía intención de matarla.
– ¡Yo también soy inocente! – gritó el siguiente interno -. Me acusan de corrupción, pero yo sólo acepté un regalo que me hicieron.
– No hay nadie más inocente que yo – reclamó un tercero-. Encendí una hoguera en pleno bosque, pero no pretendía provocar aquel incendio.
Acercándose al cuarto preso, que estaba acurrucado en el fondo de su celda, el Rey inquirió.
– ¿Y tú? ¿tú que tienes que decir?
– Yo soy culpable, señor – respondió él apesadumbrado-. Discutí con mi hermano, al que amo, y le causé una herida. Merezco estar aquí.
– ¡Guardias! – Gritó el Rey – ¡Echad de la cárcel a este criminal, no sea que corrompa a todos estos hombres honrados!