(Debo la idea de este post a mi amigo Sergio Saíz)
Una realidad que con frecuencia se olvida es que cuando queremos conseguir un resultado, mejorar algo, cambiar algo, no basta con tener claro lo que se quiere, ni siquiera es suficiente tener un deseo profundo de cambio, aunque ambas cosas, la dirección y la intención, son imprescindibles para alcanzar resultados.
Junto a esas cualidades, hay que recordar que todo resultado requiere una perseverancia, una disciplina, en cierto esfuerzo. Como el deportista que repite una y otra vez el movimiento hasta perfeccionarlo al máximo, hay que practicar y entrenar para desarrollar el máximo potencial, para llegar adonde queremos ir.
Del mismo modo que la mejor improvisación es aquella que ha sido bien ensayada, el mejor resultado proviene de una práctica consciente, repetida, orientada hacia una mejora paulatina.
Recuerdo ahora aquella vieja discusión acerca del advenimiento del nirvana (despertar) dentro del budismo mahayana. Para algunos estudiosos, este despertar, la meta del adepto, es algo paulatino, que se obtiene de un modo progresivo gracias a la práctica de la meditación y de una vida virtuosa en el sentido budista. Otros en cambio sostienen que el nirvana se alcanza de un modo repentino, como un relámpago que alcanza al practicante. En todo caso ambos grupos coinciden en algo: sea cual sea la forma en que el nirvana se manifieste, por si acaso, hay que practicar y practicar.
Es verdad que vivimos en un mundo en el que pretendemos aprender todo de un modo rápido y fácil, en el que nos venden éxitos sin esfuerzo. Pero como cualquier deportista puede decir, toda medalla lleva detrás muchos años de trabajo. Y al final, lo que importa no es la medalla (muy pocos la logran), sino el aprendizaje del entrenamiento como base para lograr cualquier resultado grande o pequeño. Alcanzar poco a poco las metas que uno se va trazando, elevar el listón un centímetro cada día, no por ser mejor que nadie, sino por ser la mejor versión de uno mismo.