En el ombligo de la Tierra se erige una ermita dedicada a la Gran Madre.
El viajero sólo puede admirarse, derramar alguna lágrima, palpitar al compás del silencio.
Todo es simple, austero, pobre. Al tiempo, todo es digno, rico, pleno de fuerza en estas tierras.
Aquí vivió gente antes de que hubiera gente. Hubo una roca sagrada y junto a ella, un camposanto. En él reposaban los que estaban destinados a renacer desde el vientre de la tierra. Fue un lugar de muerte y renacimiento. Un lugar de poder.
La ermita está escondida. Replegada en la montaña. En un valle que fue sagrado. Sobre una tierra que aún guarda secretos.
Palencia guarda secretos que espero desvelar (pero sólo a medias, que los secretos, secretos deben ser).
Palencia guarda regalos que espero abrir y compartir. Sorprendido y, sobre todo, agradecido.
Como un niño en la mañana del día de Reyes.