Me caí del andamio

No es un juego de palabras. No me caí del guindo ni del cerezo, nada de eso. Nada poético. Me caí de un andamio de verdad. Y el suelo estaba un poco duro, he podido constatarlo.

Dicen que el uso de la palabra \»instinto\» aplicada al ser humano, no es más que una mala traducción de los textos de Freud. En realidad, el gafudo vienés se refería a la \»pulsión\». Pero como la palabrita se tradujo mal, de ahí surgió toda una escuela de pensamiento que habla de la parte \»instintiva\» del ser humano. Podemos discutir si todo es una confusión idiomática o si de verdad hay una parte animal, primaria, dentro de todos nosotros. Como soy más bien de esta última opinión y sólo practico la iconoclastia en los años pares, pues lo explicaremos por ahí.

¿Explicar qué? Lo del andamio.

¿Cómo hace uno, en una décima de segundo, para tomar la decisión correcta? ¿Cómo, ya en el aire, decides tomar impulso para prolongar la caída y dar tiempo al cuerpo para que se prepare para el impacto?

Durante unos cuantos cientos de miles de años fuimos primates que saltaban de rama en rama. De vez en cuando, nos caíamos. El cuerpo sabe hacer eso: saltar y caer bien. Pero ¿en qué punto del camino decidimos olvidar ese conocimiento? ¿En qué punto empezamos a caer mal, a hacernos daño?

Sí. Tuve algo de suerte. La altura era considerable, pero no mortal, y aún estoy en forma. Pero si no fuera por el animal que llevo dentro… pa\’ haberme matao.