Cuando, en la fría noche del desierto, el viajero divisó la luz de una hoguera lejana, suspiró aliviado. Acercándose a la lumbre, encontró a un anciano solitario que masticaba despacio un pedazo de pan.
-En el nombre de Dios, bienvenido seas-dijo el anciano colocando una tetera entre las brasas.
Compartiendo el poco pan y un sorbo de té, el viajero relató sus andanzas mientras el anciano asentía despacio con la cabeza.
-Y éste es, en resumen, el camino que me ha traído hasta aquí-concluyó el viajero-. No quisiera abusar de tu generosidad, pero siento curiosidad por saber qué haces en este lugar. Veo que has plantado tu choza y que debes llevar un tiempo en estas soledades.
-Amigo mío-repuso el anciano-, de mi juventud poco podría contar sin cubrirme de vergüenza. Tan sólo te diré que llegué a estos lugares hace mucho, huyendo de la justa venganza de algunos hombres. Aquí, fuera del mundo, he sido el ser más desdichado que puedas imaginar y supongo que en mi soledad, habré purgado todas mis faltas.
El viajero miró los ojos limpios del anciano y siguió escuchando.
-Después de muchos años de llorar y lamentarme, un buen día comprendí que si el Señor me había permitido seguir con vida, quizás debería hacer algo bueno con esta existencia. Así que decidí cultivar una flor, la flor más bella que pueda crecer en este mundo. Con muchas penalidades la planté y la ayudé a crecer.
-Pero ¿con qué agua la regaste?-interrumpió el viajero-. Aquí no habrá llovido en años. Y cómo la cubriste del fuerte sol del mediodía.
-Dios dispuso que lloviera cuando era preciso y Dios me ayudó a protegerla.
-¿Y para qué ese esfuerzo si no hay nadie en estos lugares para contemplar esa flor? No entiendo el sentido de todo esto: plantar una flor que nadie va a disfrutar.
-Para mi gozo y el gozo del Señor que todo lo ve-dijo el anciano-. Y puedo decirte, que con todas mis faltas, cultivé esa flor extraordinaria. Pues aunque nadie la apreciara jamás, a mí me bastaba con su existencia.
El viajero miró a un lado y a otro, esperando ver la maravillosa flor. Al no divisarla pensó \»seguramente se ha marchitado hace mucho tiempo, ¿acaso no es ése el destino de toda flor?\».
-¿Y qué fue de ella?-preguntó.
-La flor está viva. La flor está aquí-replicó el anciano poniendo la mano sobre su pecho.