Esta madrugada falleció mi cabrita, \»Canela\». A estas horas ya estará retozando por las verdes praderas del Paraíso de las Cabras, donde hay hierba fresca, sol abundante, y un monte al que siempre tirar.
Canela nació en un día de tormenta, hija de Blancanieves, una preciosa cabra rucia y mermellada. Recuerdo que los rayos caían sobre la Cantonera, y mientras los cielos se abrían para inundar el mundo, Canela, como un pequeño Buda, llegó al mundo de cabeza, pero con una patita doblada, que si no fuera por la pericia de mi padre, se habría malogrado. Recuerdo cómo la limpié y cómo tosió por un trocito de paja que se le introdujo en el hocico. Y al rato, ya daba saltos, como si nada hubiera pasado.
También recuerdo que ese día pillé una gripe de la que casi muero. Una semana entera delirando de fiebre (para que luego digan de la gripe A), con las peores alucinaciones que he tenido en mi vida, y he tenido bastantes.
A veces, cuando digo por ahí que soy cabrero, noto que me miran con incredulidad. Parece una excentricidad y lo sé. Pero realmente sólo es un tributo a mis antepasados. Porque vengo de la tierra y no soy mucho mejor que ellos.
Canela tenía un carácter peculiar (como su dueño), pero nos dejó algunas buenas crías y sobre todo, mucha buena leche… con algún pelo marrón que otro. Pero ya se sabe que pelo de cabra no mata cabrero.