Hace casi treinta años emprendí mi primer viaje como adulto. Lo hice en barco, como debe ser. Así que cuando bajé, mareado y con aspecto de inmigrante siciliano recién llegado a a América, me prometí que nunca más pondría mis pies en otro barco.
Por supuesto, no cumplí la promesa.
En aquella época aún me afeitaba regularmente, intentaba ser un buen estudiante y hacía todo lo que se esperaba de mí. Pero faltaba poco para que todo eso saltara por los aires.
Porque al final, o eres fiel a tu naturaleza, o te ahogas. Y muchos eligen ahogarse, porque ser fiel a uno mismo cuesta caro.
Lo pienso cada año, pero no puedo dejar de pensarlo. Nunca creía que llegaría hasta aquí. Contra todo pronóstico, el barco sigue navegando, y aunque me siga mareando, aún no llego a puerto.
Sigo apoyado en la barandilla, viendo pasar las nubes.