Recuerdo la primera vez que oí “Centro de Gravedad permanente”. Recuerdo el lugar, las personas que me acompañaban. Recuerdo la sensación. Un hombre que buscaba, como yo, como todos, un centro de gravedad permanente que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente.
Mi amigo Luis me dijo el nombre del artista, Franco Battiato. Y con esa intensidad que tiene todo cuando tienes 17 años, sentí que esa canción existencialista se convertiría en un himno para mí.
Battiato empezó su carrera como cantante ligero a finales de los 60. Fue músico experimental en los 70. Y en los 80, rompió todos los moldes con una música aparentemente popular, pero que hundía sus raíces en mil influencias y se expandía en todas direcciones. Su música está llena de referencias, a veces evidentes; otras, ocultas bajo muchas capas.
Después de los grandes éxitos como “Yo quiero verte danzar”, al que hice un pequeño homenaje en uno de los últimos capítulos de mi podcast, Battiato se lanzó a una búsqueda espiritual que lo llevó desde la mística sufí hasta el budismo tibetano.
Compuso canciones memorables acerca de la Sombra y de las trampas de la exploración espiritual como “El animal” o “La Sombra de la luz”. Canciones sobre las diversas caras del amor, como “El cuidado”, “Todo el universo obedece al amor”, \»La estación del amor\» o la maravillosa, “Sentimiento nuevo”. También habló de política, casi hasta sus últimos discos. Siguió con sus meditaciones existenciales (“sabes lo que quieres, pero no sabes quién eres”). Cantaba en italiano, en español, con frases en inglés, en alemán o en árabe.
Compuso óperas, dirigió varias películas (una de ellas, protagonizada por Alejandro Jodorowsky). Fue pintor bajo el seudónimo de Süphan Barzani (su perfil de Facebook era un secreto compartido por una cofradía de adeptos que, cada 23 de marzo, felicitábamos al Maestro).
Nunca dejó de experimentar, porque Battiato, un siciliano discreto, era por encima de todo, un Artista.
He seguido escuchando con atención cada disco, cada canción, porque su camino ha corrido paralelo al mío. En cada etapa, Battiato extendía sobre la mesa símbolos que apelaban a mi propia experiencia, imágenes que tienen que ver con la experiencia del ser humano.
En sus últimos años, Battiato estaba interesado en el gran misterio: qué hay después de la muerte. Encontró respuestas en el budismo, y las plasmó en su última canción “Torneremo ancora”, pero también en diversos documentales.
Hace tiempo que me despedí interiormente del Maestro. Él mismo había dado a entender que se iba. Nos ha dado todo lo que tenía y eso lo hace aún más ejemplar.
Hay una etapa en la vida en que hay más despedidas que bienvenidas. Una etapa en la que aprender a amar lo que tienes y a valorar lo que te llega. Lo intuí con 17 años, y ahora lo sé.
Me quedan todas esas canciones que me sé de memoria. Incluso ese concierto al que no pude ir con mi hermano. Ese concierto que nunca se acaba en mi interior.
Gracias, Maestro.