Existió una vez un perro que, acuciado por la sed, se acercó a un río a beber. Pero al agachar su cabeza, vio en el agua su propio reflejo. Asustado por aquel otro perro que le miraba desde la superficie, huyó.
Tanta era su sed que volvió una segunda y una tercera vez, pero en cada ocasión salía huyendo de su propio reflejo.
Al fin, a punto de morir de sed, pero aún con miedo, decidió que era preferible morir enfrentándose a su rival que seguir sufriendo aquella horrible agonía.
Cerrando los ojos saltó sobre el agua, bebió hasta hartarse y se dejó arrastrar por la corriente. Aliviado, pensó que el perro rival había huido.
(Adaptado de un antiguo cuento sufí)