Cuando vas a trabajar, a facilitar un taller de crecimiento personal y te encuentras con un grupo como el que ayer disfruté, qué puedes decir sino Gracias. Porque es un privilegio estar en compañía de gentes con tantas ganas de crecer, con tantas ganas de estar bien, con tanta generosidad en los sentimientos.
A veces, estas experiencias te curan de la enfermedad de creer que tú haces algo (o de pensar que haces bien tu trabajo, que es el peor error).
No, el grupo es el mar que te lleva, y como facilitador, tú sólo tienes que intentar pillar la ola correcta, y pillarla bien.
Surfear sobre ella, pero sabiendo que el mar es siempre más grande que tú, más poderoso, más bello. No lo dominas, él te puede. Pero al tiempo que el mar hace algo contigo, tú al menos intentas embellecer la ola en tu movimiento.
Al final todos somos gotas: no conocemos el mar.
El hombre roto, la joven que reencuentra su energía primaria, el solitario, la dama sabia, quien se enfada y se entristece, la mujer del Sur, la compañera de viaje. Todos.
Gracias por darme la oportunidad de intentar estar a vuestra altura.