Parece que mi vida está llena de aviones que vienen y van. Apenas acabo de bajarme de uno y ya estoy pensando en el próximo.
Entre despegue y aterrizaje, entre azafatas aburridas y sonrientes que hinchan chalecos imaginarios que nos salvarían la vida si fuera preciso y algunas enseñanzas de gran calado espiritual (asegúrese de tener puesta su máscara de oxígeno antes de ayudar a otros viajeros), entre esas idas y venidas, está la gente, los paisajes, las carreteras, las vías de tren, las estaciones frías, los besos.
Saber que te esperan en algún sitio. Y lo que es casi un milagro: que alguien, en alguna parte, te siga queriendo a pesar de conocerte.
Y ese impagable, impagado, amanecer sobre el Océano Atlántico, plata fundida derramada llorada soñada.
Rumbo al Sur, otra vez al Sur.
Y a todas estas, todavía no me he sacado la tarjeta esa para ir sumando puntos en cada vuelo. ¡Ay esta cabeza!